Comida y religión

La comida no sólo ocupa un lugar fundamental en nuestra supervivencia, permitiendo mantener tanto las actividades metabólicas como el resto de las funciones vitales, sino en todo el sistema cultural y social. El alimento no lo es sólo del cuerpo, sino que también es fundamental para la cultura. "No sólo del hombre vive el pan", decía Charly García en "Pequeñas delicias de la vida conyugal" y podemos interpretarlo aquí como la necesidad del propio alimento de trascender sus funciones nutricionales.
 
Todas las culturas otorgan al alimento ese plus de valor y en todas las religiones la comida ocupa un lugar central. En las primeras manifestaciones de religiosidad que la antropología pudo detectar en lo profundo de la historia, los enterratorios, se observa siempre la ofrenda alimentaria. El alimento es necesario aquí pero también en el más allá. El camino hacia la otra vida requiere de provisiones pues al llegar a la morada eterna, los comestibles se encuentran disponibles sin el menor esfuerzo. Esos son siempre los requisitos y esas son siempre las promesas.
 
En muchas religiones el alimento se regula según las diferentes épocas del año. Hay ayunos prolongados y esporádicos; hay otros momentos de exceso, donde la norma es la glotonería y hay también momentos reservados a determinadas comidas. La religión a su vez marca, en muchas culturas, la diferencia entre lo que se considera comestible y lo que no. Hacen su aparición allí los famosos tabúes alimentarios, como el del cerdo entre los pueblos semíticos, o el de la carne de vaca entre algunos grupos de la India, o como el del perro en una sociedad como la nuestra (aunque en este último caso la prohibición es netamente cultural y sin contenido religioso).
 
Desde una perspectiva antropológica podemos afirmar que las prohibiciones y tabúes alimentarios se relacionan con ciertas necesidades vinculadas con la salud y con la ecología (entendida ésta en su sentido más amplio). Al menos en su origen, los tabúes impuestos respondían a ciertas características del medio ambiente en donde surge la prohibición y a la conveniencia de evitar esos alimentos. Con el paso de los años, esas prohibiciones, fuera de su contexto de nacimiento, pasan de tener un sentido ecológico a ser simplemente (¿simplemente?) un marcador cultural, un rasgo diacrítico que permite identificar e identificarse con ciertas creencias.
 
En los últimos tiempos fuimos testigos de dos fenómenos relacionados, por un lado una epidemia de malnutrición (sobrepeso, obesidad, etc.) y por el otro una auténtica plaga de dietas y regímenes de todo tipo, que prometen soluciones mágicas y sin la clave de toda virtud, es decir el sacrificio y el esfuerzo. Claro que también existen los planes serios, aquellos en donde la metodología y los resultados esperados son claros y dentro de parámetros bien definidos; en donde no existen las promesas sino objetivos realizables.
 
Una de las últimas dietas que aparecieron en el horizonte calórico, toma en cuenta esta idea de los ayunos religiosos, aunque sin el componente sacro. Plantea la posibilidad de comer con normalidad durante seis días de la semana y dejar uno para un ayuno líquido, es decir donde se pueda tomar únicamente agua o jugo o mate, etc.
 
Al parecer, en términos hipocalóricos, la dieta es un éxito, claro que ello no nos va a llevar al Paraíso, sino simplemente a tener un poco más de salud. Tal vez la lección religiosa sobre la comida implique mirar a los alimentos desde una perspectiva que supere el mero hedonismo y la satisfacción de las necesidades de los nutrientes y micronutrientes que necesita nuestro cuerpo. 
 
De algún modo ese punto de vista nos muestra la importancia tanto de compartir lo que se tiene como de asumir cierta responsabilidad para con nuestra salud. Claro que la religión lo plantea poniendo el énfasis en algo trascendente, que muchas veces recibe el nombre de Dios. 
 
Desde una perspectiva científica la trascendencia debe ser necesariamente material, pero ello no quita que tengamos una responsabilidad en tanto individuos para con nuestra salud. Sobre todo porque los problemas de salud y la alimentación cumplen un papel central allí, y son temas que involucran también a toda la sociedad y que claramente exceden, en el diagnóstico y el tratamiento, al individuo.
 
Lic. Diego Díaz Córdova