La tiranía del mercado

Desde el liberalismo suele decirse que el mercado es el ámbito que mejor expresa la libertad, ya que aquel que compra siempre tiene la opción de elegir. Los neoliberales suelen despotricar contra el estado y su intervención en el mercado, sosteniendo que sin su intromisión pueden expresarse libremente los agentes. Esa libertad lleva a que actúen, sostienen, sin interferencias, en función de una ponderación racional entre los costos y los beneficios. El ejemplo máximo de la libertad, para quienes así opinan, es el mercado.

Sin embargo la realidad desmiente una y otra vez semejante ficción. Y basta con un recorrido breve por cualquiera de los supermercados, que, dicho sea de paso, vendrían a ser como el Topus Urano del modelo liberal. Si en los sucesivos cambios que operan en las góndolas de los supermercados, estrategia de marketing que le dicen, uno por casualidad encuentra la de las frutas, observará que la variedad de la oferta es una mera apariencia. Ante esa revelación, el resto de los productos del supermercado aparecen con una carga de monotonía, escondida detrás de la aparente y luminosa diversidad.

Volvamos a la góndola de las frutas y las verduras. Busquemos, por ejemplo, manzanas, que son tan ricas y deliciosas. Se sabe que hay más de 100 variedades comestibles de manzanas, cada una con su particularidad y su regalo de aroma y sabor diferente. Sin embargo en nuestra góndola con suerte hay 4 o 5, si incluímos a las peras, que son las parientas más próximas de las manzanas. Pasemos a las verduras, vayamos hacia el sector de las papas. Muy cerca de Buenos Aires, asumiendo la facilidad de las comunicaciones hoy en día, en el área andina, hay más de 100 variedades de papas, con rangos muy diferentes en colores, texturas, sabores y tamaños. Pero en nuestro supermercado de multinacional o megaempresa, apenas encontramos 1. Eso sí, la única variedad viene en diferentes formatos, lavada sin cáscara, lavada con cáscara, sin lavar, sin lavar mucho, con bolsita roja, con bolsita amarilla; dando una apariencia de diversidad que parece una burla a los consumidores.
 
Podemos seguir el recorrido y en todas partes nos hallaremos con esa máscara de variabilidad, que encubre torpemente no sólo un intento de engaño explícito sino una ingeniería financiera destinada a que paguemos lo máximo posible por el menor valor de costo alcanzable.
 
Si, como afirman los partidarios del libre mercado, la competencia se alimenta de las preferencias de la demanda, ¿cómo es posible que la monotonía reine en el mundo de las ofertas? ¿Será que juegan con nuestra ingenuidad y ensayan un maquillaje de diferencias para engañar a nuestra ingenua ilusión? ¿Será que al actuar separados, a pesar de ser mayoría, los consumidores somos inofensivos?
 
Las empresas sólo tienen una razón de ser y esa no es otra que la maximización de las ganancias. No hay, ni puede haber, reparos éticos en una multinacional o megaempresa. Sus únicos obstáculos son los costos y contra ellos descarga toda su poderosa artillería. Los sistemas alimentarios mundiales de la actualidad necesitan productos que soporten, fundamentalmente, el transporte y el almacenamiento. De otro modo dejan de ser rentables. Allí está la clave de la falsa diversidad y de la homogeneidad que encontramos en nuestras góndolas.
 
Las empresas imponen sus condiciones, no pueden depender, en la práctica, de la oferta y la demanda, como bien lo señalaba John Galbraith en la década del '60. Es necesario que afirmen y reafirmen su posición dominante.
 
En el medio quedamos nosotros, los consumidores. Una enorme fuerza dispersa que, por ahora, acepta sin demasiados remilgos, lo que nos ofrecen, aún a precios que, por lo costosos, serían ridículos, sino fueran trágicos. Cada vez más parece que la única solución, si queremos variedad de verdad, es volver a los sistemas locales de producción, a los pequeños productores y a los pequeños comerciantes, cuya razón de éxito es siempre la calidad y nunca la cantidad. Tal vez habría que poner límites a los tamaños de las empresas alimentarias y que fueran los estados, sin fines de lucro, los que propusieran la logística y el alcance global. Una mezcla de lo bueno de antes con lo bueno de ahora, donde el sabor, la salud y la calidad no sean patrimonio exclusivo de un precio exorbitante.
 
Lic. Diego Díaz Córdova