El tamal y la unidad latinoamericana

Este año, 2010, varios países de Latinoamérica festejan el bicentenario de su independencia. Si bien la consolidación de la libertad fue realizada, en la mayoría de los casos, unos cuantos años después, cuando se pudo ganar la guerra, lo cierto es que los primeros gritos de emancipación se escucharon allá por 1810.
Para variar y complicar las cosas a los estudiosos de todas las edades, la República Argentina no conmemora su aniversario de la independencia, sino el cumpleaños de una revolución, que en sus más radicalizados exponentes gestaba el sueño libertario.  Hubo que esperar 6 años para escuchar el ansiado grito.
Lo cierto es que el destino de Latinoamérica parece ir de la mano, al menos desde la época de la colonia. Un continente distribuido a lo largo de las longitudes, a diferencia de Asia o Europa que corren a lo largo de las latitudes y que por lo tanto presenta una variabilidad inmensa tanto en paisajes como en climas. Estos límites son observados, por ejemplo, en la fauna diferencial que se encuentra en el norte y en el sur. No hay llamas en el norte, no hay ardillas en el sur, siendo que existe continuidad geográfica.
Desde el punto de vista cultural, estos obstáculos fueron sobrepasados por la invención del ser humano. Así encontramos una gran cantidad de alimentos domesticados en el continente, tanto en el norte como en el sur. Maíces, ajíes, tomates, papas, quinoas, mandiocas, por mencionar sólo algunos,  eran producidos  y consumidos por culturas a ambos lados del istmo de Panamá, antes de la llegada de los europeos.
Al ser conquistados por las fuerzas imperiales de España, que dividió a sus dominios en virreinatos, nuestros problemas empezaron a parecerse cada vez más. Extracción compulsiva de recursos, monopolio, represión indiscriminada de los pueblos originarios. Fue así como los aires revolucionarios que explotaban en Europa y más precisamente en Francia, llegaron al nuevo mundo, sorteando la férrea censura que los Borbones habían instalado. La consolidación del dominio napoleónico fue la excusa perfecta que encontraron los patriotas latinoamericanos para sacudirse el yugo ibérico.
El final del siglo XIX y el comienzo del XX nos encontraron nuevamente bajo el mismo dominio pero con diferente bandera. El imperio era ahora el norteamericano, una ex colonia, que merced a una política agresiva tanto interna como externa, fue extendiendo sus alcances hasta el último rincón del continente. Golpes de estado, dominio empresarial, el destino de Latinoamérica continuaba unido.
La pregunta por la identidad del continente puede ser vista, entre otras cosas, a la luz de sus comidas. En particular hay un alimento que atraviesa toda la región, que  mantiene su nombre y sus principios estructurales, es decir sus ingredientes básicos y su forma general de cocción.
El tamal es la estrella, la guía luminosa de un pasado y un futuro compartidos. Es cuando menos extraño que una comida con tantas variaciones locales y tan enraizada en las tradiciones regionales permanezca inalterada en su denominación. Sobre todo cuando no interviene ni la publicidad ni los medios masivos de comunicación ni las multinacionales.  Es evidente que la trascendencia histórica del tamal no lo pone en la misma sintonía que el Big Mac.
Al parecer el origen del término se encuentra en la lengua nahuatl, de lo que hoy es México. Su significado remite a envoltorio y cualquiera que haya visto, o mejor dicho degustado un tamal sabe de lo que se habla. La envoltura suele ser de la propia hoja del maíz. En algunas regiones se sustituye por hojas de alguna otra planta, como pueden ser los plátanos. El relleno tiene una parte muy importante de harina de maíz, al que se le agregan otros vegetales, carne, pimientos, etc. Es aquí donde fundamentalmente las tradiciones locales ejercen su creatividad. No en el maíz que funciona como base, sino en el acompañamiento, que varía en función de lo que haya en la zona, más el gusto y conocimiento del cocinero, cocinera, de turno.
Otra diferencia que encontramos es la forma de cocción. En algunas zonas se cuece al vapor, en otras se hierve. Vale señalar que el hervor al que se somete al platillo, por el hecho de estar envuelto, lo asemeja bastante al de la cocción por vapor. La hoja de la planta protege al relleno de la exposición directa al agua, no tanto como cuando se usa la otra opción, pero sí de una forma que remite a un cierto parentesco. De México a Chile y Argentina, el tamal nos une como latinoamericanos.
Como todo artefacto cultural no industrial, sobre una estructura básica, se conjuga la creatividad y la disponibilidad. Es muy probable que haya estado presente en la época precolombina, como una forma más de consumir el maíz, hay registro arqueológico que así lo atestigua. Es también factible que acompañara a nuestros héroes de la independencia en su derrotero libertario.  Hoy día es consumido habitualmente por millones de personas. En Argentina es una comida relacionada con el Noroeste y consumida en el resto del país, en general, en ocasiones festivas que rememoran la propia gesta independentista.
De alguna forma, el tamal, es el símbolo de nuestra identidad latinoamericana, compuesta de diversidades, singularidades pero también de factores estructurantes comunes.
Los héroes de la independencia soñaron con una Patria Grande. Bolívar, Sandino y El Che, como dice la canción de Silvio Rodríguez, caminaron el mismo camino. No sería extraño que en los descansos, degustaran tamales.
Por nuestra herencia y nuestro futuro, hoy cuando por primera vez parecen ponerse de acuerdo en su destino libertario muchos países del continente, levantemos nuestro tamal como bandera.

Lic Diego Díaz Córdova