Preferencias y aversiones alimentarias. Dos opiniones antropológicas

En el mundo de la comida encontramos tantas opiniones como individuos, a veces incluso más de las primeras que de los segundos. Alimentos que para algunos son un manjar, para otros son indiferentes y para unos directamente aborrecibles. Esas diferencias surgen aún dentro de una misma familia, entre hermanos, amigos o parientes muy cercanos.
 
A medida que nos alejamos del círculo esas diferencias se pueden amplificar hasta llegar a dimensiones inconmensurables. En general, suele suceder que, al interior de la familia las divergencias se refieren al ámbito del gusto. Hay quien disfruta del pescado y quien no lo puede tolerar. Pero ese desavenir está sustentado en la subjetividad; en un punto todos coinciden que se trata de comida. Sabrosa o no, es siempre comida al fin.
 
Cuando transpasamos las fronteras siempre difusas de la cultura, las cosas se complican. Los desacuerdos ya no son meramente de gusto, se transforman en problemas categoriales. Los disgustos se expresan como la manifestación de aquello que no es comestible.
 
La antropología, como disciplina social, no tiene respuestas para la primera diferencia mencionada, la que surge dentro del círculo íntimo. Pero para la segunda de las opciones ensayó básicamente dos tipos de propuesta hipotética que satisfacen las inquietudes de la duda. Una tiene un claro contenido materialista y la otra un fuerte sesgo idealista. Vale aclarar que en ciencias sociales las posturas materialistas refieren a hipótesis ancladas en la estructura económica de la sociedad y que las posturas idealistas referencian a hipótesis de contenido cognitivo. Tomando el mismo caso de aversión alimentaria, el cerdo entre los pueblo semitas, las explicaciones difieren en las causas.
 
El cerdo posee la cualidad de ser omnívoro, come lo mismo que el ser humano, le gusta tanto la carne como las verduras y las frutas.. También posee un mal sistema de transpiración. El calor lo afecta y necesita de humedad fresca, de allí su mala fama de revolcarse en el estiercol. La realidad es que si el cerdo tiene otra fuente de frescura no utiliza sus propios excrementos.
 
El problema es que tiene que disipar el calor de su piel a cualquier precio. El cerdo pertenece al grupo de los artiodáctilos, por las formas de sus pezuñas, que son del mismo tipo que animales como las vacas, las cabras o las ovejas. A diferencia de ellas, los cerdos no son ni rumiantes ni herbívoros.

Para la visión materialista, promovida por el antropólogo norteamericano Marvin Harris, la prohibición de comer cerdo entre esos pueblos responde a una cuestión de costos y beneficios. Basado en la teoría del rendimiento óptimo de la dieta, el planteo comienza afirmando que en tiempos anteriores a la escritura del Levítico (libro del Viejo Testamento en donde está escrita la prohibición), la ecología de Oriente Medio no era el páramo yermo que conocemos hoy. Por el contrario el bosque cubría la mayor parte del territorio y el cerdo era criado en la región por su buena tasa de conversión del alimento que ingiere en carne consumida por los humanos, es decir por su rendimiento. Al comenzar a talar los bosques, la crianza del cerdo, debido a la necesidad del ambiente fresco, se tornó complicada. En ese ambiente que se desertizaba el omnivorismo del cerdo se volvió una competencia directa para el ser humano, que veía descender su producción de alimentos. La crianza del cerdo se volvía peligrosa para la supervivencia del propio sistema. De allí que fuera necesario establecer su prohibición como una regla religiosa, cuya violación acarrea sanciones divinas. Las ovejas no tienen problemas de transpiración y tampoco son omnívoras, comen pastos que los humanos no pueden digerir. De allí que se consagraran como el cordero de dios.
 
Para la visión idealista, propuesta por la antropóloga británica Mary Douglas, la prohibición de comer cerdo entre los semitas responde a una cuestión de categorías. Basada en un planteo que asigna a la categorización del mundo la base para la organización social, la autora afirma lo dicho en el libro sagrado. La abominación del cerdo responde a su condición de impureza. Pureza que está determinada por la pertenencia a una categoría. De todos los animales conocidos por estos pueblos, con las características de las pezuñas hundidas, sólo el cerdo no tiene el mismo regimen alimentario que el resto, es el único omnívoro del grupo. Pasa a ser luego un animal híbrido que mezcla las categorías. Una aberración o una impureza. Como la conducta alimentaria debe convivir entre el juicio criterioso y la curiosa innovación, es necesario, ante la duda, prohibir las anomalías y así proteger los efectos de la impureza. La religión actúa aquí en el nombre de la coherencia cognitiva, establece los principios y luego los sigue con rigurosa lógica. La clasificación bíblica está muy lejos de la científica moderna, no sólo en cuanto a los contenidos sino fundamentalmente en cuanto a los objetivos. La ciencia tiene como meta el conocimiento. La religión tiene como meta el orden social. El cerdo es impuro y las consecuencias de consumirlo son reflejadas básicamente en la pérdida de las normas que rigen la cultura, o como suele decirse, el eidos de una cultura.
 
Ambas propuestas tienen sus críticas y también sus aciertos. De acuerdo a las elecciones de cada uno, hay un fondo de racionalismo o empirismo en cada uno de nosotros que termina en una opción no del todo clara, se puede intentar establecer ambos mecanismos a otros ejemplos, como la prohibición de comer vaca en algunos lugares de la India. O la aversión a comer insectos en una ciudad como Buenos Aires. Como dice la frase, refranes y sustos hay para todos los gustos.
 
Lic. Diego Díaz Córdova