Los nombres del vino, cambio de rumbo

Vamos a recordar con una copa de vino en la mano o en la imaginación, que siempre los argentinos hemos bebido y bebemos, quizá no tanto como antes, pero la costumbre persiste, con tintos, blancos, rosados, más secos, más dulces… y entonces me puse a pensar ¿por qué los vinos se llamaban como se llamaban? Al parecer los primeros bodegueros, tuvieron una visión particular del negocio. 
 
Fundadores de bodegas, eran emigrados de regiones europeas vitivinícolas, en un principio de Italia, España, luego Francia… Añoraban los vinos de su tierra, pero aquí no era lo mismo, otras tierras otros climas. Sin embargo la nostalgia pudo más y los bautizaron con nombres que le recordaban sus orígenes o bien la uva base. Por eso había etiquetas Chablis, Borgoña, Burdeos, Oportos, Jerez, Asti, Málaga.
 
 
Y algunos bodegueros los han bautizado con nombres que les son caros a la historia de la empresa, como los la Bodega López, y sus Traful, Montchenot, y Rincón Famoso. Pero los nuevos vinos de estas nuevas tierras tenían otra personalidad. Tampoco tuvieron en cuenta que había otros mercados más allá del interno. 
 
Otra manera fue poner en la etiqueta sus propios apellidos, para homenajear y perpetuar a las familias fundadoras de las primeras bodegas. Recuerdo en la mesa de mi casa, o en el restaurante los Gargantini, Don Valentin Bianchi, Goyenechea, Arizu, Filippini, Orfila. Y muchas veces añadían con quienes los elaboraban, por ejemplo Toso Hermanos, Tomba Hermanos. Seguro muchos de ustedes recuerdan esos vinos “de todos los días”. 
 
Otra forma de bautizar el producto fue una referencia a la religión, como La Superiora (Bodega del mismo nombre)  o Santa Ana (Peñaflor), también San Felipe (Bodega Rutini), Santa Julia (Zuccardi). También recordaron los bodegueros pioneros su región, su lugar en el mundo, la tierra de sus mayores donde habían visto a sus padres cultivar y cosechar.  Entonces llegaron El Aragonés, El Vasquito, El Vesubio. 
 
Una bodega con inversionistas alemanes homenajeo al primer cruce de los Andes en globo en 1916. Y el vino se llamó así, El Globo. Entre 1910 y 1922 en los estantes del "almacén de vinos" se podía encontrar marcas con los nombres del origen criollo del vino, como San Rafael, Tupungato, Colon (un departamento de la provincia de San Juan) Panquegue, o Carrodilla. 
 
En la línea que hoy es moda en el mundo, hay nombres muy raros o que no tienen nada que ver con el producto envasado. Una forma de llamar la atención del consumidor joven, despertar su curiosidad como un instrumento de Marketing…creo un poco efímero (es mi opinión). 
 
Argentina también comenzó a bautizar los vinos de manera difrente. Uno de los primeros en poner nombres que nada decían del producto fue Ernesto Catena, con “Alma Negra por Liniers”. Tambien  El Enemigo, de Alejandro Vigil; o Hulk y Vía Revolucionaria, de Matías Michelini. Siguieron La infancia de Cara Sucia, en la línea de Bodega Durigutti; de otra bodega Familia Gabrielli, surgió “El Relator”, un Sauvignon Blanc y su exclusivo espumoso “Zaino Viejo”. De Pancho Bugallo, “Cara Sur” y “Totora”. La familia Millán puso en circulación "Perro Callejero", "Mosquita Muerta" y "Cordero con Piel de Lobo”.  
 
El suizo Dieter Meier (pintor conceptual) de su bodega Ojo de Vino, de Mendoza le puso a su vino tinto de Argentina el nombre de "Malo". Y sin embargo el blend de malbec, petit verdot y syrah le dio como resultado un gran vino. Nombraremos otros “El joven equilibrista “del enólogo mendocino Juan Ubaldini. En fin, habrá que acostumbrarse a esos nombres extraños. Que en algunos casos contienen buenos productos… ¡cuestión de probarlos!